No se sabe cómo se le ocurrió a Dios esta obra de animales, naturaleza y desastres. Quizás solo se sentó al piano y presionó una tecla. El martillo que se liberó estremeció una cuerda que dormía y soñaba que no existía, pero el sobresalto le dio la seguridad de que nunca habría respuesta para todas las preguntas. Probablemente Dios experimentó una melodía despaciosa, luego frenética, y por dentro las cuerdas se tiraban de los cabellos. Inventaron la señal de la cruz, el efecto mariposa, la ortodoxia, la herejía, la vela, el no, la fe, el sí. Cuando Dios hizo subir el telón, dejó brotar un azar de golpes que le ensancharon el pecho y le hicieron apretar los párpados. Pareció que sufría, pero eran las cuerdas por dentro las que siempre ponían la otra mejilla. Dios se quedó sordo en la tragedia de tocar para un auditorio vacío. Ahora no encuentra el final. Improvisa un desenlace sin saber si su melodía es una señal de socorro para comprobar que no está solo ni desorientado como los otros cuerpos celestes.
Noviembre de 2020