Bajo las cobijas de concreto
una escultura mueve solo los ojos
La misma pesadilla desde hace veinte años
Se elevó lejos de los juguetes
levitó hasta una ventana
y golpeó tres veces con el puño
La estampita del Sagrado Corazón
no atendió el llamado
Se quedó petrificada
y no volvió a bajar a la sala
ni a jugar
en la pared hay un dibujo de dos personas abrazadas y sin manos que por cabeza comparten un solo tachón
la maraña de pensamientos entrecortados entreconfundidos y entrearrepentidos surge de dos cuerpos reclinados sobre sí que descansan brevemente de sus respectivas cabezas
al no tener manos el hueco al final del abrazo será definitivo y como un remolino el tachón se partirá en dos para acompañar a cada creador al márgen opuesto del papel
las identidades permanecerán ocultas los rostros, desfigurados sin corrección después del trazo en falso
claramente la dibujante ilustraba la niebla sobre la que canta Thom Yorke mientras se sentía caminar sobre la cuerda floja que es su voz y a veces creía que rozaba con la espalda las teclas del piano sedosas y apetecibles al tacto
somethings will never wash away se oye cantar
algunas cosas nunca se irán, de algunas cosas nunca nos libramos, como de los abrazos sobre todo cuando acaban, de la niebla mental, o de las imágenes de la luz tenue en una habitación iluminando un rostro entristecido unas manos caídas puestas alrededor de una cintura que se acerca una mirada que quiere esquivar todas las palabras y unas palmas ávidas de llegar hasta la nuca recorriendo lentamente el pecho y los hombros
al respirar el mismo aire uno de los equilibristas puede caerse sin remedio o ambas bocas pueden entreabrirse para recibir un beso que estaba a la espera desde hace semanas
debajo del dibujo hay tres tallos de bambú verdes y alegres uno de ellos hace una espiral como la canción de Radiohead y al lado, en la pantalla de la tele se refleja un rostro
en los ojos se lee preocupación: somethings will never wash away
aunque aquí no hace tanto calor como en la playa hay menos brisa para cerrar los ojos y llenarse los pulmones de un optimismo necesario cuando se entra a una batalla que no se quiere pelear ni ganar
no hay arena mojada en los pies para masajear la consciencia de que la vida continúa y las personas se van quedando atrás por el camino; es normal el agua borra las huellas aunque no los pasos, lo dicen el tiempo y el mar
tampoco hay silencio que permita columpiarse en la propia incoherencia ni escudarse en la (in)decisión aunque cada noche nos traicione
se ve que respira el reflejo en la pantalla, pues se le levantan las clavículas donde solía recostarse la cabeza que quiso ser borrón
Dejo reposar toda esta belleza sobre mis hombros y párpados La dejo asentarse y que expulse el aire quieto de mis pulmones Que me sumerja entre las piedras hasta llegar al sonido del agua Que me atraviese y vea más allá de mí No quiero interferir
Solo puedo entristecer al entregarme a toda esta calma Rendirme, dejar, no luchar Ni siquiera moverme
En este silencio de agua, hojas y aves me extingo con los ojos cerrados
No es tristeza, es una derrota inmensamente reconfortante
Leo a los viejos poetas de mi país y ninguna palabra suya te hace justicia. Ni nube, ni rosa, ni el nácar de tu frente. El pianista estropeará aún más la destartalada melodía, pero mientras te aguardo, temeroso de que no vengas, Bogotá desaparece. Deja de ser este bazar menesteroso. Ni la palabra estrella, ni la palabra trigo, logran serte fieles. Tu imagen, en medio de aceras desportilladas y el nauseabundo olor de la comida que fritan en la calle, trae consigo algo de lo que esta tierra es. En ella, como en ti, conviven el esplendor y la zozobra.